miércoles, 29 de abril de 2020

Rutinas covidianas


He aquí un relato que no quedó finalista frente a más de 300 participantes. Había que empezar así: Cuando abrió el grifo de la ducha recordó, que habían pasado cuatro meses desde el primer día que se levantó la cuarentena. Ya nada era igual... 

El título y lo que viene ahora, es de mi propia cosecha.

Pero Evicle se acostumbró a vivir en aquel claustro mientras estudiaba un seminario. A pesar de que se suspendieran las clases y las actividades lúdicas, aprovechó para hacer otras rutinas en ese tiempo.

Una de ellas, sería estirarse en un banco de ese complejo monumental y escuchar el sonido de los pájaros y ese viento que pasa por las hojas de los árboles haciéndolas sentir, era el momento más perfecto de su cuarentena, podía hasta oler esa pequeña naturaleza viva.

Otra rutina que hacía era recorrer todo el complejo monumental donde estudiaba, para así lograr encontrarse con alguien de su curso y poder conversar a una distancia de seguridad, ya estaba casi curada del virus y nadie quería hablarle; quería dar calma con sus palabras a sus acompañantes del seminario, pero no lo lograba.

El día empezó a oscurecerse y se retiró a sus aposentos, donde la cocinera le había dejado el menú nocturno con un plato de verdura al vapor, una tortilla de patatas y una manzana al horno con canela y exclamó con fe:
-¡Qué delicia! ¡Gracias Señor, por estos alimentos que me has proporcionado, por estar aquí, ya cuatro meses y haberme adaptado tan bien a esta nueva vida. Gracias Señor, porque sin las oraciones que me enseñaste no sería lo feliz que soy, ya que tu luz me irradia siempre!