miércoles, 17 de junio de 2020

Aquí.

Aquí.
Me siento segura.
Como un pestillo
que echas al encerrarte
en un lugar.

Aquí.
Puedo escribir sin que me veas,
ni sepas que tu voz me tambalea
el corazón, la vida, la noción;
y no tienes una amorosa misión.

Aquí.
Me escondo en mil puertas,
te pienso y no la abro.
Me hablas y pierdo las llaves.
Y así, recogida, quedo obsoleta.

Aquí.
Desaparecí, me ausenté,
decidí no pensarte
y volviste desde otro destino,
y ahora no quiero irme.

Aquí.
No deseo moverme más,
que el viento se encargue
de rozarme la cara hacia
la dirección correcta.




miércoles, 3 de junio de 2020

Experiencias paralelas.

Seguimos confinados. Hago clases por videoconferencia. Por protocolo indiscutible, no puedo ver a mis alumnos ni ellos a mí (ni los que ya conozco ni los nuevos, puede que nunca llegue a conocer a los nuevos incorporados, cosa que al revés sí porque alguna vez he encendido la cámara, para que sepan que no soy un robot de última generación). El ambiente es frío, desmotivador y solitario. Como hay que grabar las clases, muchas veces no se conecta nadie y tengo que hacer un monólogo de dos horas.

Esto es completamente comparable a un "Speed dating" que hice con los ojos vendados. Entré en una sala, sin ver nada, tampoco conocía el lugar. Esperé a que se reuniera más gente. Llevábamos todos cerca de hora y media con los ojos vendados, no podía más, destapé un poquito el antifaz para ver un 1% ni que fuera de la comida que pedí, para saborearla mejor. Acto seguido, levanté la mano, vino alguien y rompí a llorar. No podía soportar más no ver nada.
Salí acompañada de la persona encargada del evento, me abrazó, me tranquilizó y volví a la sala en las mismas condiciones, pero más tranquila.

Pues esto me pasa con el confinamiento: no poder ni ver a mis alumnos virtualmente es como tener una venda en los ojos y no saber con quién estoy hablando.

¿Y hasta cuándo durará esto? Ni se sabe.