martes, 7 de octubre de 2008

El navegante


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Iván vivía en Sant Pol de Mar, un pueblo a orillas del Mediterráneo. Era un joven marinero con un barco de los más grandes del pueblo. Era castaño, tenía la cara alargada, los ojos negros, una nariz fina y unos labios sensuales. Llevaba unos pantalones negros y una camisa gris. Por último, se puso su gorra, que siempre le acompaña en sus rutas e inició un viaje sin destino. Era un día nublado aunque el sol intentaba salir. Aún así, no le impidió coger el timón para empezar a navegar en solitario por primera vez. Anteriormente, tenía como copiloto a su amigo Jaime pero los dos decidieron darse un tiempo para estar solos. Como este no tenía una embarcación de las dimensiones de la de Iván, en su tiempo libre se dedicaba a pescar en la playa de Calella, su ciudad natal.
Pasaron unas horas y el iniciado viaje del navegante era con viento a favor. Desembarcó en Sant Iscle de Vallalta, el pueblecito más pequeño que había visto nunca: tenía únicamente dos calles con casitas adosadas y en una de ellas había un gran campo verde. Dio una vuelta por el lugar y volvió al barco para descansar un rato. En unos minutos, volvería a coger el timón, en busca de su próxima visita.

1 comentario:

Anónimo dijo...

porque te has quedado parada en ese punto de la historia?