Érase que se era en lo más alto de una colina, un castillo muy pequeñito donde vivía una niña rubia con los ojos azul cielo. Era pobre y sencilla, pero tenía el corazón muy grande porque a pesar de su desgraciada vida material siempre hacía el bien cuando alguien le pedía algo. Su soledad desapareció cuando ayudó a una niña muy rica pobre de corazón. Lo tenía pequeño porque se pasó la vida ahorrando cada céntimo que le regalaba su ostentosa familia y no veía lo bella que podía ser la vida repartiendo un poco de su bondad interior a muchas personas: consolándolas por problemas, acomapañándolas en los caminos duros... O simplemente regalándoles unas dulces palabras; ya que ayudar moralmente a alguien no cuesta dinero, sino paciencia, esfuerzo y voluntad.
La niña rica aprendió la lección y empleó toda su fortuna en crear un enorme castillo para la niña pobre, una ciudad con todas las comodidades para los más necesitados y un centro de salud. A medida que pasaron los años, la niña rica se quedó pobre y la pobre se hizo rica.