sábado, 9 de marzo de 2024

La chica vainilla

    De repente me encuentro acompañada en la terraza de un bar de una chica que conocí hace más de veinte años, siempre que la veía en el instituto y pasaba por delante mía olía a vainilla. No recuerdo por qué estoy aquí con ella ahora.

    Empezamos a tener una charla, yo tranquila a la vez que tímida le voy diciendo alguna cosa, seguramente algún disparate por mi carácter impulsivo de mierda; ella me explica el plan de un trabajo que teníamos que hacer juntas.

    Y cómo no, sin venir a cuento, al poco rato le cojo suavemente modo caricia de ambos antebrazos y le digo:

       --Mira, ya han pasado muchos años, tengo que confesarte algo. Estoy preparada para ello.

Ella, se queda parada, sorprendida y sonríe.

        --¡Ah! Vale, pues...

En un instante me viene ese olor a vainilla de nuevo, del recuerdo, seguía llevando el mismo perfume. ¿Cómo es posible que aún lo vendan, después de tantos años? Me volví loca, me empezaron las dudas otra vez: se lo digo, no se lo digo... Decidí que sí, era el momento.

        --Siempre me has parecido una chica muy atractiva e inteligente ¿sabes? Tu perfume a vainilla me gustaba y me daba arcadas a la vez, porque hubo un tiempo que lo aborrecí, de tanto olértelo en clase. Ahora me he dado cuenta que me gusta y me vuelve loquísima después de veinte años sin olerlo, pero no quiero saber el nombre de esa fragancia, porque a mí no me olería tan bien como a ti, obviamente. Y cuando viniste hace tantos años a mi casa a hacer ese trabajo aburrido para el instituto que acabaste haciendo tú, porque yo no tenía ni idea de Física, pues me sentía muy mal, en deuda: nunca he sabido cómo poder devolverte ese favor. Estoy harta de pensar lo mismo, chica vainilla.

    Sus enormes ojos se abrieron más, se quedó sorprendida, callada, se sonrojó y miró hacia otro lado. Después de un rato, recobró un poco la compostura volviendo a ser la altiva y pija de siempre.

        --Creo que sé cómo puedes compensarme. Ven a mi casa.

    Mis manos y mis piernas empezaron a temblar, no sabía qué iba a pasar, yo suponía que ella tendría ya la vida organizada con su pareja e hijos. Me resultó muy raro que me invitase a su casa sin ni siquiera pensárselo. ¡Y a mí no me gustaba! Yo solo quería enmendar mi vaguería de aquel día.

        Al fin, caminando, llegamos a su casa. Tremenda mansión con piscina y un jardín increíble. Me hace pasar al comedor.

        --Mira, querida, tengo varias personas en mi vida como tú, que me deben ciertas cosas, así que creo que es el momento que descubras adónde tengo apuntada a toda esa gente.

        Se desnuda de arriba, yo estaba entre mareada y cuerda, de los nervios. Me senté en su sofá, empecé a hiperventilar.

        --¿Qué te pasa? ¿Nunca has visto a alguien desnudarse? Tranquila, no te he traído para lo que piensas.

        --Em... ah... pero... entonces... ¿por qué te has quitado...?

        --Cállate. Mira mi espalda, ¿ves? Aquí tengo apuntadas a las personas que este año me deben cosas, su nombre y profesión. Faltas tú. No hay nada que me dé más placer que la gente me escriba en bolígrafo en el cuerpo. 

Respiré tranquila, y apunté mi nombre y mi trabajo. Nuevamente, ella se quedó sin palabras, no se esperaba mi profesión. Volvió a recobrar su altivez en pocos minutos.

        --Vaya, vaya... todas tenemos secretos, veo.

No hay comentarios: