viernes, 30 de agosto de 2024

La masía mágica.

    Hace muchos, muchos años... viví varias experiencias en una masía de la Costa Daurada. Por suerte fueron todas buenas. Allí nos reunimos varias veces cuatro amigas, cenábamos y nos quedábamos a dormir, siempre juntas en el comedor. No nos atrevíamos a dormir separadas, nos queríamos mucho y hablábamos hasta altas horas de la madrugada. Éramos muy avenidas, pero muy diferentes.

    Hubo una noche de fin de año, la recuerdo como si fuera hoy, que primero bebí Coca-cola, luego champán para brindar las campanadas y no dormí, pero fui feliz, estando al lado de ellas, la amiga que nos llevó a la casa llevó un ordenador portátil, una memoria USB y puso un batiburrillo de canciones de los años ochenta y noventa. Me quedé sin palabras, de las noches más perfectas de mi vida.

    La masía era de unos señores cuyos cuidadores eran los padres de una de ellas, y nos explicó esta chica que se decía que por allí merodeaba a veces su abuelo. Yo, no sé el porqué, no tuve miedo; sí respeto, me sentía una forastera en esa casa: tan grande, bonita y acogedora. Pensaba que si movía algún objeto, el señor vendría por la noche a llamarme la atención haciéndome alguna señal o, quizás, hablándome. Pero lo mejor de todo de aquella masía es la paz que se respiraba: siempre que iba era como terapéutico, pisaba solamente la zona y ya sentía tranquilidad y amor.

    Una vez llegamos de noche, miré al cielo y perdí la cuenta de tanas estrellas como habían, respiraba oxígeno y vida. Eso ya nunca más va a ocurrir, pero en esta vida, hay que buscar experiencias parecidas a aquellas por las cuales fuimos felices; y voy a intentar por todas volver a sentir paz, armonía, amor y felicidad viendo estrellas donde sea.